Murió mi padre y sus muertos no tuvieron justicia

―Como Uber Miranda Navarro y Luis Ángel Villegas Botello, fueron identificados los individuos encontrados por la policía de Río de Oro en la altura del sitio conocido como Diego Hernández ―narraba el retazo de periódico viejo.

Dos meses antes Uber y mi padre, comerciantes de profesión, habían decidido salir de Aguachica para vender en pueblos aledaños. Llenaron un par de maletines con sus sueños de salir adelante, los pusieron en su flamante Renault 12 color verde y emprendieron así lo que habían acordado.

―Las víctimas que contaban con 33 y 22 años de edad, en ese orden, eran naturales de Aguachica, se encontraban a la orilla de la carretera que comunica a los municipios de Ocaña y Aguachica, yacían a escasos metros del sitio antes indicado ―continuaba el periódico. 

Su primera incursión transcurrió sin percances, habían conseguido ir y volver de La Mata Cesar sin mayor inconveniente. Felices por haber conseguido buena plata, armaron una parranda. Era habitual que celebrasen con cantos de acordeón y guacharaca puesto que llevaban la música en la sangre e incluso se dedicaron a ella durante un tiempo. Unos días después continuaron su cruzada en un pueblo nuevo. Así fueron, de pueblo en pueblo, de venta en venta y de parranda en parranda; hasta que un día como cualquier otro Uber sugirió ir en otra dirección y vender sus mercancías en San Martín, Mi padre, quien no tenía razones para negarse, aceptó. 

Al llegar a San Martín hicieron lo suyo, empezar a moverse por el pueblo, el parque principal, los barrios de más platica, la plaza. Pero, tardaron poco en ver hombres armados hasta los dientes, la gente que les compró les decía que tuvieran cuidado, que con los paras la cosa era jodida.. Preguntaban si ellos tenían el beneplácito de los duros para estar allí vendiendo, a pesar del miedo que les helaba los huesos aun estando a más de 30°, siguieron vendiendo y terminaron su jornada agradecidos de no haber tenido que tratar con ellos.

A la salida del pueblo los mismos hombres armados les hicieron el pare y no les quedó de otra más que obedecer.

―Nos sacaron del carro obligados, nos amedrentaron con sus armas y nos prohibieron volver ―me contaba mi padre.

Tras el susto mi padre dejó de vender por un tiempo. Sin embargo, Uber continúo trabajando en los pueblos que ya conocía, haciendo algo más de dinero, el cual invertía en más mercancía que traía de Maicao. 

Seguro mató a confianza, dijeron por ahí, Uber regresó a San Martín para seguir vendiendo, pero esta vez nadie se metió con él. Todo iba de manera normal a pesar de que allí aún se encontraban los paras, salió del pueblo sin problemas. Al regresar a Aguachica le contó lo ocurrido a mi padre y le dijo que podrían volver a vender, esa gente de seguro ni se acordaba de ellos. 

―Le dije que con esa gente uno no se podía confiar y pasé toda la noche pensando en si volver a salir a los pueblos a rebuscarnos ―Continuaba mi padre su relato―, al final acordamos que al día siguiente yo me iba con Henry para Pailitas y el se iba con Botello para San Martín.

La mañana del 25 de junio de 1999, partieron cada quien según lo pactado. En Pailitas todo sin problemas, buenas ventas, buena gente, buen viento y buena mar para los bienaventurados comerciantes. Finalizaron su jornada y tomaron rumbo hacia Aguachica. Al llegar esperaban que Uber y Botello estuviesen ya en el pueblo, pero estos no habían llegado aún, optaron por no pensar lo peor, a lo mejor se habían quedado tomando como había ocurrido ya antes. 

Al día siguiente ninguno de los dos había llegado aún al pueblo y mi padre comenzó a preocuparse por la suerte de Uber, fue donde su mujer, pero ella tampoco sabía nada. Al acudir a la casa de Botello, su madre se hallaba en las mismas. No quedaba de otra que ir a buscarlos al pueblo; formó un grupo grande de familiares y partieron todos, incluida la madre de Botello, hacia San Martín, al llegar allí hablaron con las personas que podrían saber algo, la gente de las casitas del parque, los tenderos y la gente de los bares, pero nada. 

Nuevamente no quedaba de otra, tenían que hablar directamente con los paras. Se armaron de valor y se dirigieron hacia donde la gente les había dicho que podían encontrarlos. Ya allí, un tal Juancho Prada, que parecía ser uno de los duros, se dignó a escucharlos. Mi padre habló con él y le pidió por su hermano, la madre de Botello le imploró por su hijo en medio de lágrimas.

―Cuide los que le quedan señora ―le dijo Juancho Prada con actitud déspota y burlona.

La madre de Botello, desmedida por la ira, le dio una cachetada y le gritó ― ¡Asesino!

Juancho Prada les permitió salir del pueblo y regresar a Aguachica. Ya en el pueblo, un día después de este encuentro con el diablo, un señor de apellido Lizarazo llegó a la tienda del barrio donde vivía mi padre y le dijo al tendero que había visto a unos muchachos conocidos a la orilla de la carretera, el tendero corrió a contarle a mi padre y este junto con otro de sus hermanos partió en búsqueda de Uber. 

―Miranda Navarro presentaba tres impactos de bala nueve milímetros a la altura del cuello, por su parte, Villegas Botello, recibió dos disparos en el mentón al parecer con arma de calibre 7,52 milímetros ― finaliza el periódico mientras mi padre rompía en llanto. 

―Enterré a mi hermano el 27 de junio y en la primera noche de su novenario tuve que recoger mis cosas en fibras a mis dos hijas, a mi mujer y salir huyendo de mi pueblo.

La madre de Botello fue asesinada a tiros días después sobre la tumba de su hijo mientras le dejaba flores.

Yehei Miranda

Estudiante de Comunicación Social y Periodismo

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