La vida detrás del hacer

Las gotas de sudor invaden cada parte de su cuerpo, mientras asegura el arnés para no caer. Mira hacia abajo. Está lo suficientemente alto para que una sensación de hormigueo recorra sus pies. Ajusta la eslinga a la línea de vida. El calor irrumpe sin compasión. Su buzo negro de manga larga le sirve como toalla, a la vez que levanta un poco el casco amarillo para continuar trabajando. El olor a cemento mezclado con cigarrillo se vuelve cada vez más cotidiano.

—Antes trabajaba en un restaurante, pero como no pagaban tan bien, decidí pasar la hoja de vida para trabajar en esto —recuerda Andrés Chávez cuando le pregunto por sus inicios como ayudante de construcción.

Por tres largos años, el tiempo y la disposición por aprender han sido los maestros para que Andrés ejerza este oficio. Él me cuenta que luego de doce meses de dedicación pasó de ayudante práctico, donde se paran columnas, ladrillos, se pañeta y demás, a oficial de construcción, en el cual se responsabiliza por un “tajo”, tarea que debe realizarse en un tiempo específico, como el armado de una alcoba principal.

Las jornadas laborales son variables dependiendo el día. Por ejemplo, si hay concreto, hasta que no se termine la fundida no se puede salir, sin importar el tiempo que esto conlleve. Es así, como un turno de 8 horas se convierte en uno de 12, pero al mismo valor económico. La desigualdad social aumenta a la par del incumplimiento por parte de algunas empresas constructoras del pago quincenal a sus trabajadores.

—Siempre terminan sacando mil excusas para no pagar y uno termina buscando mejores ofertas en otra parte —alude Chávez, quien actualmente gana alrededor de 75 mil pesos al día como oficial de construcción.

El Parque Santa Rita fue la primera obra en que Andrés trabajó. Cada vez que pasa por allí, su mente se transporta a su primer día laboral, cuando el temblor de sus piernas a esa altura era incontrolable, al igual que los pensamientos de que el arnés fallara o que la línea de vida se enredara entre escombros y cayera.

Según el Consejo Colombiano de Seguridad “Durante el año 2020 se presentaron un total de 984 accidentes en el sector construcción, con una tasa de 6,4 accidentes por cada 100 trabajadores, siendo esta la mayor con respecto a la tasa nacional que fue de 4,4 accidentes por cada 100 trabajadores.

Teniendo en cuenta lo anterior, se podría inferir que en promedio se presentaron 156 accidentes laborales por día en el sector construcción durante ese año.”
El día para Andrés inicia antes de la salida del sol. A las 4 de la mañana la alarma suena. Lo primero que toma es un tinto oscuro para quitarse el sueño, mientras empaca en su maleta negra un tarro redondo, donde almacena el almuerzo. Luego guarda otra muda de ropa, por si llueve. Se despide de su madre con un beso. Mira el reloj en la pared azul de la sala. Es hora de salir. Revisa los frenos de la cicla y a las 4:30 am empieza a pedalear desde Picaleña hasta la empresa. A las 5 en punto de la mañana firma la asistencia, en tanto escucha las directrices del maestro encargado.

—Como ayer fundimos, el concreto ya está seco. Ahora hay que sacar la formaleta para cimbrar los muros de las columnas de otro apartamento —me explica Andrés mientras alista su herramienta: martillo, botas de caucho, barbiquejo, casco, guantes, gafas, boquillera, palustre, codal y metro, para empezar a trabajar.

Según estadísticas del DANE, “en 2022 a corte de abril se licenciaron 245.618 m2 para
construcción en Tolima, de los cuales 232.573 m2 se destinaron a vivienda. El área total licenciada disminuyó 18,3% respecto al mismo lapso de 2021.” Así mismo, a partir de los datos suministrados por la Cámara Colombiana de la Construcción Regional Tolima “5.000 unidades de vivienda aproximadamente empezarían a ser construidas entre 2023 y 2024 en bagué.”

El desgaste físico, la rutina, el agobiante rayo de sol del mediodía, la sed, la callosidad en sus manos, la rabia contenida por no recibir su pago, la impotencia de no poder irse a casa a tiempo, la angustia de quedar desempleado. A sus 25 años, Andrés tiene la responsabilidad de hacerse cargo de su madre y sus hermanos. El trabajo en construcción le ha permitido darle a su familia una vida digna. Sin embargo, también ha frustrado el sueño de terminar sus estudios como bachiller.

—El trabajo sí es pesadito y hay cosas que a uno se le dificultan aún, pero ya tengo
experiencia y gano bueno, entonces me siento cómodo como estoy —replica Chávez cuando pregunto si ha pensado trabajar en algo diferente.

Mientras se cerciora de pegar bien la formaleta, Andrés me cuenta que solo hay una mujer en la empresa, Leidy, quien labora como SISO de obra, encargada de velar por la seguridad y salud ocupacional en el trabajo de construcción. Aunque en algún momento sí llegó a trabajar con mujeres ayudantes, luego de unas semanas renunciaron por lo agotador que llega a ser esta labor. El estar constantemente fundiendo, moviendo arena, levantando cemento y demás hace que no todos los que entran puedan adaptarse y continuar.

Cada uno de los 22 hombres que trabajan en construcción tienen funciones específicas y determinantes para que la obra avance o se atrase. Repartidos por sectores, el maestro encargado supervisa que todos cumplan con la tarea asignada para darles salida. 

Según Sandra Forero, expresidenta de la Cámara Colombiana de la Construcción (Camacol): “El sector de la construcción aporta más del 50% en la economía del país. En el departamento del Tolima son más de 24.000 empleos que se derivan de este importante sector.”

—Si uno es buen trabajador, dura buen tiempo. Yo, por ejemplo, he trabajado en 8 empresas y en casi todas me ha ido bien —responde Andrés con una sonrisa de orgullo.

Entre concreto, ladrillos y herramientas transcurre la vida de Andrés Chávez, un oficial de construcción que, sin importar el clima, el cansancio o el estrés laboral sigue martillando, sigue fundiendo, sigue levantando columnas, sigue enganchando el arnés, sigue trabajando por sacar adelante a su familia.

Natalia Reyes

Periodista DiverGente

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