El Peso de la Vida

Algunos dicen y yo lo confirmo, el café colombiano es el mejor del mundo. No está de mal decirlo, cuando es lo único que te mantiene de pie frente a incontables horas de trasnocho y esfuerzo. Cada vez que Julián o “Totoy” me ofrecía un vasito desechable con tinto caliente dentro, sentía que era el mejor remedio para el dolor y el sueño tan verraco que da entre la 01:00 a.m. y las 11:00a.m.

El desempleo en Ibagué es algo que azota mayormente al sector medio y bajo de la sociedad, pero sobre todo a aquellas persona que no poseen ningún certificado de estudio o de un bachiller académico. Ibagué se ha ubicado en el segundo lugar de desempleo a nivel nacional desde el trimestre octubre – noviembre – diciembre del año 2021, con una tasa de desocupación del 19,9%; tasa global de participación 48,2%; tasa de ocupación 38,6%; tasa de subempleo objetivo 1,6% y ocupar el primer lugar en desempleo juvenil con un 29,5%. Con estas cifras se entiende mejor el porqué personas como Totoy, quien a duras penas pudo cursar hasta 5to de primaria, prefieren estar en la plaza “coteando” bultos de papa y no quedarse cruzado de brazos.

Totoy vive en el sector más marginal del barrio “El Jardín”, que en un principio se
había establecido como una invasión por personas en su mayor parte de nacionalidad venezolana. Su hogar es uno de los pocos que ha logrado levantar paredes de machimbre y tejas de zinc, porque gran parte de sus vecinos viven bajo unos cuantos plásticos y lonas de construcción. Al ser la única persona en su hogar con disposición y espacio para trabajar, es él quien se encarga de sustentar el alimento y los bienes vitales del día a día. Su esposa, al tener que cuidar de su hijo de 10 meses a tiempo completo, se ve imposibilitada de salir a laborar, en cambio ayuda a su esposo en las labores del hogar, que son bastantes.

Este hombre robusto pero bajito me demostró que no se necesita tener una edad exacta para poder ser 100% maduro y responsable la vida. Le pregunté a Totoy qué se necesitaba para poder trabajar como cotero, a lo que él me contestó:

          —Verraquera y ganas de salir adelante.

Algo interesante fue que aprendí mucho más trabajando con Totoy un día en la
plaza, que dos años trabajando con un primo en un local de frutas. Es muy diferente observar un trabajo desde la perspectiva del “patrón” y otro desde la perspectiva del “empleado cotero”. Yo acostumbro a madrugar a eso de las 4 o 5 de la mañana, pero a la hora que me había dicho Totoy era algo que jamás imaginé que sucedería: 12:30a.m.

A esa hora no se puede tomar buseta, así que la única opción era un taxi o un Uber. Totoy me había invitado a desayunar a su casa, así que le dije cómo iba a transportarme y lo primero que me dijo fue: “quédese en la principal si se va a venir en taxi, porque donde llegue aquí en carro se enamoran de usted”. Seguramente los que vivían en su barrio me robarían y él prefería evitar eso.

          —Véngase con un busito que usted casi no se coloque, unos zapatos viejos que tenga, un jean o sudadera vieja y si es posible no traiga el celular, porque de pronto se le daña con todo lo que vamos a hacer. Comemos alguito aquí y salimos para la plaza

          — Me dijo la noche anterior mientras yo contaba las horas que tenía por dormir.

En el trayecto que hubo desde su hogar hasta la plaza, se encerraron muchas
historias en los caminos de barro que recorren su barrio.

         —Ahí en esa esquina, la policía cogió a bolillo a una niña que encontraron “pegándolo” con el novio, y se enamoraron de ella solo porque no quiso entregar el cacho —mencionó mientras caminábamos.

Uno de los sucesos que también me ilustraba fue la vez que violaron a una niña en un arbusto maltrecho y sucio en un año nuevo por ser la hermana de uno de los líderes de las bandas enemigas, además de haber encontrado el cuerpito de un niño recién nacido muerto.

          —Créame que eso ha sido lo más gonorrea de lo que he podido saber en este barrio— comentaba Totoy mientras que mi sangre se revolvía de rabia en mi corazón.

Luego de 10 minutos de caminar, llegamos a la plaza. En ese momento yo era más sueño y hambre que persona, mientras que Totoy pareciera que hubiese dormido como un rey. No entendía cómo en medio de tanto trabajo, un chico de escasos 22 años tiene alientos para levantarse tan temprano; hasta que llegó el punto en que él me explicó su secreto.

—Uno se acostumbra a estas madrugadas, dígamelo a mí que ya llevo dos años en esto— dijo sonriendo.

Mientras esperábamos que su jefe llegara al local, pasó uno de los señores del tinto y nos ofreció nuestro primer café de la mañana, el primero de muchos. Al principio me dio
pena porque solo tenía para lo de la carrera del taxi, pero Totoy ni siquiera me preguntó si quería o no, lo único que llegué a escuchar fue “deme un tinto a mí y otro pal parcero”. ¡ME SUPO A GLORIA! Nunca en mi vida había conocido un café tan rico, como el de esa
vez en la madrugada.

2:30 a.m.; se escuchó una corneta de mula rompiendo el estruendoso silencio de la madrugada. La carga de papa había llegado. En ese momento todo cambió, pasamos de estar en un ambiente ameno y tranquilo a poseer litros y litros de sudor mezclado con tierra, mugre y dolor sobre los cuerpos. Eran 200 bultos de papa los que se tenían que descargar del camión, así que lo único que se podía hacer en medio de tanta carga era dar un gran suspiro y comenzar con la labor. Totoy me dio un trapo que tenía en la bodega donde se descargarían los bultos y me dijo “Tenga… pa’ que no se talle”. Ese delgado trapo era lo que me separaba de una quemada fija con los hilos de los costales de papa y tener mi hombro sano y salvo. Son en esos momentos donde en la cabeza rondan pensamientos como “muy bravo este man” “ni por el putas puedo con eso” “¿valdrá la pena?”

         —Usted va a entrar los bultos de pareja— me decía Totoy debajo de dos bultos de papa que llevaba sobre sus hombros.

Luego de eso entendí que los “bultos de pareja” eran los bultos de papa mas chiquita. Al entrar en el tráiler del camión, logré elevar una plegaría al ver cuanta cantidad de papa debía entrar. De los 200 bultos de papa que habían traído, un cuarto de la carga era de papa pareja. Más o menos eran 50 bultos de papa los que me correspondían. Antes de que llegara el camión, Totoy me había dicho que un bulto de papa pesaba más o menos entre 45 y 50 kg, dependiendo de la papa que fuera; mientras más fina fuera la papa, mayor sería su peso. Los bultos de papa que allí había, pesaban como oro puro. Por unos segundos me detuve a observar a Totoy cómo entraba la carga: tomaba el trapo, se colocaba una de las puntas en su boca y el resto del trapo se lo colocaba sobre el hombro en el que cargaría el bulto. Luego tomaba el bulto por uno de los extremos y lo empujaba con su trasero hacia el hombro. Parecía fácil, hasta el punto de ver el trapo que me había entregado él. El trapo parecía de color blanco, pero estaba café de la cantidad de mugre y suciedad que tenía. No tenía tiempo de lavarlo, así que decidí utilizar esta prenda como lo hacía Totoy. Pensé: “O es esto, o es tener el hombro lleno de raspaduras y con posibles infecciones”.

Al momento que decidí levantar el primer bulto, Totoy ya había entrado 20 de los que a él le correspondían. El trayecto del camión hasta la bodega parecía eterno, bajar unas pequeñas escaleras del furgón a la carretera, subir la rampa del sector donde estaba la bodega y subir dos pequeños escalones que había en la entrada del local. Cada centímetro, cada metro y cada paso que se daba se convertía en dolor sobre el hombro, las rodillas y la planta de los pies. 3:30 a.m.; a esta hora, Totoy ya había entrado casi toda su carga mientras que yo apenas había entrado 15 bultos. El cuerpo de mi compañero estaba envuelto en una capa de tierra, sudor y cualquier cosa menos piel limpia.

         —Acompáñeme allí a algo —me dijo Totoy mientras buscaba algo en su bolsillo.

Pensé que me invitaría a otro tinto, cosa que necesitaba mucho en ese momento, pero lo que sucedió después, era algo que no me imaginaba. Totoy se reuniría junto a otros coteros de la plaza para poder consumir droga o como él diría “para coger fuercita”. Me ofreció un poco y pensé en consumir para así por lo menos reducir un poco el dolor que sentía en ese momento en mi hombro, pero preferí decirle que mejor me gastara un tintico más rato.

          —Si no hiciera esto, créame que no aguantaría toda la jornada —me dijo Totoy en medio de su traba, y le creo, porque no cualquiera se aguanta el dolor, el hambre, el trajín de cargar mas de 150 bultos de papa en menos de 2 horas.

Luego de su “viaje astral” y de gastarme el segundo tinto de la madrugada, pensamos en seguir entrando el resto de carga que faltaba. Los dos nos habíamos recargado de energía con dos tipos de droga diferente para seguir con este arduo trabajo. Después de ese tinto, todo fue diferente. Los bultos de papa que faltaban no fueron más que el destello de una labor difícil. Al tener el estómago vacío en horas tan altas de la madrugada, es más fácil poder cansarse de cualquier esfuerzo físico y más si se deben cargar 200 bultos de papa que pesan alrededor de una nevera mediana. Ya en este punto era más que merecido un buen desayuno, pero esto no llegaría hasta dentro de un rato.

5:00a.m.; la labor en el furgón había terminado. Luego de dos horas y media de esfuerzo, dolor y uno que otro motivante, se había entrado toda la carga a la bodega. Totoy estaba con la misma energía que había llegado esa madrugada, seguramente se había ido a pegar otro cachito mientras que yo entraba los bultos restantes. Ya con toda la carga dentro de la bodega, solamente quedaba por contar y rectificar que toda la carga estuviera en su cantidad exacta o por lo menos eso pensé que con eso íbamos a terminar.

Luego de hacer inventario, fuimos a comprarnos algo de tomar para la sed. A las 5:30 de la mañana comienzan a salir los primeros rayos de sol del día y es increíble
entender cómo mientras la mayor parte de la población de la ciudad se está apenas levantando, los coteros, cebolleros, manzaneros y todas las personas que laboran en una
central de abastos están a media jornada laboral. Totoy se encontraba con una energía que ni yo mismo pensaría tener luego de semejante labor, pero fue allí donde entendí que en momentos de dificultad es donde se logra sacar el mayor esfuerzo y energía.

Entre las 6:00a.m. y las 9:00a.m apareció otra parte fuerte de la labor; despachar pedidos. Totoy me iba informando donde quedaban ubicados los locales de los clientes que
llegaban a la bodega a comprar papa pareja. Mientras yo llevaba un solo bulto, por el costado de mi hombro veía como mi compañero corría llevando bultos a otros furgones, a otros locales, a otras bodegas. Este muchacho no sentía ni un solo rastro de cansancio, o por lo menos eso era lo que yo podía notar.

9:30a.m.; llegó el momento que se esperaba en toda la jornada; el desayuno. El jefe de Totoy nos pidió a cada uno un tamal con un vaso de chocolate caliente y un pan un tanto aplastado que a final de cuentas, era el manjar más exquisito que podría tener en la boca. El tamal es delicioso, pero en ese momento estaba ante el plato más suculento que nunca en mi existencia pude haber degustado.

         —Muchas veces, quisiera que mi mujer estuviera acá conmigo desayunando, porque yo se que ella en la casa no desayuna bien por darle de comer a mi hijo —me menciona Totoy mientras que el chocolate en mi garganta se detiene por lo desgarrador de su relato.—Normalmente el desayuno es donde mejor como en el día, ya que mi patrón es quien me gasta el desayunito (…) Es difícil ver cómo mucha gente malgasta la plata en cosas materiales o bota comida “buenecita” mientras que otros estamos pasando hambre y “metiendo el hombro” de esta manera en una plaza. Ojalá toda la gente fuera como usted, que se coloca en los zapatos de los demás —me decía mientras en mi rostro se asomaba una tenue sonrisa.

Eran las 10:00a.m. y nuestro turno estaba por finalizar. Como labores finales en la bodega, se tenían que recargar los aspersores con los que se moja la papa para que parezca fresca. Estando en el proceso de llenado es donde se puede lavar de nuevo los brazos junto con la cara; era impresionante la cantidad de mugre que se desprendía de las extremidades y mientras más lavaba, más mugre se desprendía. Totoy por su parte, se lavaba el rostro y volvía a recuperar el semblante que tenía en horas de la madrugada antes de comenzar. Luego de rociar la papa, se nos pagó el día y fue allí donde me pareció impresionante como un trabajo tan duro y tan arduo fuese tan mal remunerado: a Totoy y a mi nos dieron a cada uno 50 mil pesos (sin contar obviamente que el jefe nos había dado el desayuno).

Le agradecí a mi compañero por la experiencia, por el sudor, por el esfuerzo, por la amabilidad y aún por mi hombro que en eso entonces estaba palpitando a raíz del dolor que sentía en él. A pesar de ser mi primera vez, Totoy dijo que no lo había hecho tan mal; a comparación de otros que a media jornada se habían ido por tener dolor en el cuerpo, a mi me fue bien por aguantar todo el turno. Me pidió disculpas si en algún momento me grito o me ofreció algo que normalmente yo no acostumbraba a hacer, pero me dijo que eso lo hacía para que fuera un poco más llevadera la labor que estaba realizando; como pa’ que no comiera “tanta mierda”.

Al llegar a mi casa con mi buso negro de la tierra, con mis zapatos llenos de polvo y suciedad, con la sudadera llena de sudor y mugre, pude meditar mucho en lo difícil que podemos ver la vida a veces. Muchas veces nos quejamos del porque algo está muy pesado, muy lejos, muy difícil o muy grande para nuestro gusto, pero no llegamos a dimensionar las verdaderas necesidades que muchas personas están pasando en realidad. Ahora que soy una persona independiente, he podido comprender la responsabilidad que se debe de tener cuando se quiere formar un hogar, pero más que nada, que existen personas que con menos de lo que normalmente se tiene, logran solventar el peso que se lleva en los hombros de una vida digna.

Cristian Sierra

Periodista DiverGente

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