Desde su imponente presencia hasta su reciente cambio en un epicentro cultural, el panóptico es un gran testigo de una evolución que ha capturado la imaginación de quienes lo rodean. Son sus paredes de piedra, quienes reflejan la historia, una historia marcada por décadas de reclusión.
Un espacio que guarda cada anécdota, cada relato, cada historia de aquellas personas que en su momento fue su hogar, que en su ir y venir de la vida, se convirtió en este espacio como una forma de expresar y entender las dinámicas de los errores cometidos en algún momento de sus vidas. El Panóptico ha sido mucho más que un museo, el Penal dejó en el Tolima historias que ahora cobran vida, donde las generaciones se encuentran y se conectan con su pasado.
Cada celda pintada en tonos pastel nos muestra ahora la humanidad de sus habitantes, sus anhelos, su fe, su forma de expresión con el arte, cada sección del Penal guarda una historia que siempre permanecerá en sus aires, ahora el Panóptico.
Viernes 31 de mayo, la ciudad de Ibagué se empieza a vestir de fiesta, se acercan las 9 de la noche y en medio del ruido, el Panóptico se alza como un faro de encuentros, un espacio donde la arquitectura y la cultura se entrelazan para Dar vida a una experiencia única. Aunque su nombre sugiere un lugar para “parchar chévere”, en realidad es mucho más que eso: es un complejo cultural que atrae a jóvenes en busca de un respiro de la rutina diaria. Para ellos, “parchar” en el Panóptico significa disfrutar del momento, sin preocupaciones ni compromisos, simplemente dejándose llevar por la corriente de la noche.
Todo comienza en el parque de Belén, una noche iluminada por la expectativa de la ciudad y el estómago vacío. Después de un pequeño desvío en busca de los famosos pañuelos de chocolate, nos encontramos descendiendo por calles poco. transitadas hacia el Centro Cultural Panóptico. La soledad de las calles se desvanece al llegar a la calle 10, donde la magia de la noche cobra vida con el ruido de la gente y el aroma tentador de la comida callejera. Entre pizzas, hamburguesas y salchipapas, nos dejamos seducir por las opciones culinarias, finalmente nos decidimos por una hamburguesa y una salchipapa que llamó nuestra atención.
Tras saciar nuestra hambre, nos adentramos en el Panóptico y nos dejamos envolver por su ambiente. La luz suave ilumina los espacios comunes, mientras que los grandes pinos aportan un aura pintoresca y elegante al entorno. Aquí, jóvenes entre 18 y 27 años se reúnen para disfrutar de charlas nocturnas, algunas triviales y otras profundas. Observamos grupos de amigos riendo y compartiendo momentos, algunos con cigarrillos en mano, otros disfrutando de una cerveza al lado del museo. Es fascinante cómo este lugar de cultura diurna se transforma en un centro de interacción nocturna, donde las relaciones interpersonales se tejen entre risas, miradas cómplices y conversaciones que fluyen con naturalidad.
En el Panóptico, estos espacios comunes se convierten en refugios seguros
para forjar recuerdos, compartir anécdotas y simplemente disfrutar de la compañía de buenos amigos. Es un lugar donde las barreras se desvanecen y las diferencias se diluyen en la atmósfera acogedora de la noche. Aquí, el significado de “parchar” trasciende su simple definición para convertirse en una experiencia social nutritiva, recordándonos que son esos pequeños momentos que parecen insignificantes los que llenan nuestro ser.
El Panóptico se convierte así en un testigo silencioso de las historias que se entrelazan en sus rincones, un reflejo de la magia que se despliega cuando nos
permitimos simplemente existir y compartir con los demás. En medio del pasado y
del presente, siempre existirá aquel refugio para aquellas almas inquietas, que entre risas y memorias se tejen emociones, un lugar que ha sido testigo de encuentros y de vivencias que han sido guardadas en cada esquina.
Daniela Naranjo Giraldo
Periodista DiverGente
Jessica Rayo
Periodista DiverGente